Felices Fiestas




Lo que nos hace diferentes


Mientras nos dirigimos hacia el Extraordinarium, Méliès me prodiga sus últimos consejos.
-Tienes que comportarte como un jugador de póquer. Jamás muestres tus dudas ni tu miedo. En tu mano tienes una carta maestra, es tu corazón. Crees que es una debilidad, pero si tomas la opción de asumir esa fragilidad, ese reloj-corazón te convertirá en alguien especial. ¡Lo que te hace diferente será tu arma de seducción!
-¿Mi incapacidad como arma de seducción? ¿Lo dice en serio?
-¡Pues claro! ¿Acaso a ti no te ha encandilado ella a pesar de su defecto en la vista?
-Oh, no es eso…
-No es eso, evidentemente, pero esta “diferencia” participa de su encanto. Utiliza la tuya. Es el momento.


"La mecánica del corazón". Mathias Malzieu

Cuando éramos niños



Cuando éramos niños,
los viejos tenían como treinta,
un charco era un océano,
la muerte lisa y llana
no existía.

Luego cuando muchachos,
los viejos eran gente de cuarenta,
un estanque era un océano,
la muerte solamente,
una palabra.

Ya cuando nos casamos,
los ancianos estaban en los cincuenta,
un lago era un océano,
la muerte era la muerte
de los otros.

Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad:
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.
Mario Benedetti

La fraga de Cecebre

[...]

Éste es el libro de la fraga de Cecebre. Si alguno de esos hombres llega a hojearlo, ¿podrá encontrar la ternura un poco infantil necesaria para gustar sus historias?
Pero también hubo en la fraga un personaje solemne, con alma desdeñosa y seca.
Veréis:
Los árboles tienen sus luchas. Los mayores asombran a los pequeños, que crecen entonces con prisa para hacerse pronto dueños de su ración de sol, y al esparcir las raíces bajo la tierra, hay algunos quizá demasiado codiciosos que estorban a los demás en su legítimo empeño de alimentarse. Pero entre todos los seres vivos de la fraga son los más pacíficos, los más bondadosos, los que posean un alma más sencilla e ingenua. Conviene saber que carecen absolutamente de vanidad. Nacen en cualquier parte e ignoran que sólo por el hecho de crecer allí, aquel lugar queda embellecido. No se aburren nunca porque no miran a la tierra, sino al cielo, y el cielo cambia tanto, según las horas y según las nubes, que jamás es igual a sí mismo. Cuando los hombres buscan la diversidad, viajan. Los árboles satisfacen ese afán sin moverse. Es la diversidad la que se aviene a pasar incesantemente sobre sus cosas.
Ellos son también la diversidad. Como quiera que se agrupen, siempre forman un conjunto armonioso, y hasta los que nacen aislados en la campiña o sobre los cerros parecen tener una profunda significación que emociona el espíritu. Si los troncos son rectos, nos impresiona su esbeltez; si torcidos y atormentados, no deja de haber en ellos una sugerida belleza, algo que los humaniza ante nuestros ojos. Según avanzamos por un bosque, la alineación de sus árboles, el perfil del ramaje, el artesonado de las hojas cambia y el panorama se renueva incesantemente con perspectivas en que las formas se conjugan en modos infinitos, como los hombres no han acertado a conseguir ni en el más complicado y fastuoso de los bailes.
La Desgracia —que conoce todos los caminos del mundo— pone también, a veces, sus lentos pies en
los senderos del bosque. Es cuando acuden los leñadores con sus hachas de largo mango, o cuando el furioso vendaval apoya su espalda en la tupida fronda y empuja hasta sentir el crujido mortal del tronco, o cuando el ascua desprendida de una locomotora hace nacer entre la hierba seca una lengüecilla roja que después se multiplica y crece y corre y se eleva hasta colgarse de las ramas que se retuercen y chisporrotean y abaten. Pero todo esto es infrecuente y la calma feliz es la habitual moradora de la fraga.
Los árboles ejercitan distracciones, tan inocentes como ellos mismos, que no conocen el mal. Especialmente les gusta cantar, y cantan en coro las pocas canciones que han logrado componer. Como todas las plantas, aman intensamente el agua y a ensalzarla dedican sus mejores sinfonías, que son dos y las podéis oír en todos los bosques del mundo: una imita el ruido de la lluvia sobre el ramaje y la otra copia el rumor de un mar lejano. Alguna vez, en la penumbra de una arboleda, os habrá sorprendido el son de un aguacero que, distante al principio, va acercándose hasta pasar sobre vuestra cabeza; miráis al cielo por los intersticios del verdor, y está limpio y azul: ni una gota desciende a humedecer la tierra, pero el sonido continúa y se aleja y vuelve... Si entonces observáis las ramas, veréis hojas estremecidas como la garganta de un cantor. Los árboles han iniciado su orfeón. ¿Cuál de ellos ha comenzado? ¿Es aquella alta copa, visible sobre todas las sumidades, la que marca el compás y dirige el coro con su casi imperceptible balanceo? Los hombres no podemos adivinarlo. Otras veces se hace audible en el bosque el fragor —muy remoto— de un mar embravecido, el rodar de las olas desmelenadas y su choque sonoro contra los arrecifes. Juraríais que el océano abre sus llanuras poco más allá de la floresta, y, sin embargo, os separan de él muchos kilómetros; pero los pinos rodenos que viven en los acantilados han aprendido su canción y se la enseñaron a los demás árboles. Tan bien la saben que no falta ni el silbido del viento en las cuerdas de los navíos ni el correr del agua por la playa, que evoca el rasgarse de una tela sedosa.
Un día llegaron unos hombres a la fraga de Cecebre, abrieron un agujero, clavaron un poste y lo aseguraron apisonando guijarros y tierra a su alrededor. Subieron luego por él, prendiéronle varios hilos metálicos y se marcharon para continuar el tendido de la línea.
Las plantas que había en torno del reciente huésped de la fraga permanecieron durante varios días cohibidas con su presencia, porque ya se ha dicho que su timidez es muy grande. Al fin, la que estaba más cerca de él, que era un pino alto, alto, recio y recto, dijo:
—Han plantado un nuevo árbol en la fraga.
Y la noticia, propagada por las hojas del eucalipto que rozaban al pino, y por las del castaño que rozaban al eucalipto, y por las del roble que tocaban las del castaño, y las del abedul que se mezclaban con las del roble, se extendió por toda la espesura. Los troncos más elevados miraban por encima de las copas de los demás, y cuando el viento separaba la fronda, los más apartados se asomaban para mirar.
—¿Cómo es? ¿Cómo es?
—Pues es —dijo el pino— de una especie muy rara. Tiene el tronco negro hasta más de una vara sobre la tierra, y después parece de un blanco grisáceo. Resulta muy elegante.
—¡Es muy elegante, muy elegante! —transmitieron unas hojas a otras.
—Sus frutos —continuó el pino fijándose en los aisladores— son blancos como las piedras de cuarzo y más lisos y más brillantes que las hojas del acebo.
Dejó que la noticia llegase a los confines de la fraga y siguió:
—Sus ramas son delgadísimas y tan largas que no puedo ver dónde terminan. Ocho se extienden hacia donde el sol nace y ocho hacia donde el sol muere. Ni se tuercen ni se desmayan, y es imposible distinguir en ellas un nudo, ni una hoja ni un brote. Pienso que quizá no sea esta su época de retoñar, pero no lo sé. Nunca vi un árbol parecido.
Todas las plantas del bosque comentaron al nuevo vecino y convinieron en que debía de tratarse de un ejemplar muy importante. Una zarza que se apresuró a enroscarse, en él declaró que en su interior se escuchaban vibraciones, algo así como un timbre que sonase a gran distancia, como un temblor metálico del que no era capaz de dar una descripción más precisa porque no había oído nada semejante en los demás troncos a los que se había arrimado. Y esto aumentó el respeto en los otros árboles y el orgullo de tenerlo entre ellos.
Ninguno se atrevía a dirigirse a él, y él, tieso, rígido, no parecía haber notado las presencias ajenas. Pero una tarde de mayo el pino alto, recio y recto se decidió... sin saber cómo. Su tronco era magnífico y valía muy bien veinte duros, aunque él ni siquiera lo sospechaba y acaso, de saberlo, tampoco cambiase su carácter humilde y sencillo. El caso es que aquella tarde fue la más hermosa de la primavera; las
hojas, de un verde nuevo, eran grandes ya y cumplían sus funciones con el vigor de órganos juveniles; la savia recogía del suelo húmedo sustancias embriagadoras; todo el campo estaba lleno de flores silvestres y unas nubecillas se iban aproximando con lentitud al Poniente, preparándose para organizar una fiesta de colores al marcharse el sol. Quiso la suerte que una leve brisa acudiese a meter sus dedos suaves entre la cabellera de la fronda, tupida y olorosa como la de una novia, y bajo aquella caricia la fraga ronroneó un poquito, igual que un gato al que rascasen la cabeza, y luego se puso a cantar.
Como estaba contenta y en la plenitud de su vigor, prefirió de su repertorio una canción burlesca: la que copia el atenuado fragor del tren cuando avanza, todavía muy lejos, entre los pinares de Guísamo. Es la que más divierte a los árboles, porque lo omitan tan bien que muchos aldeanos que pasan por las veredas se dan a correr al escucharla, creyendo que el convoy está próximo y que les será difícil alcanzarlo. Con esto los árboles gozan como niños traviesos.
El pino, cantando en sordina entre los largos dientes de sus hojas, tenía un papel principal en el coro del bosque y merecía la fama de dominar la onomatopeya. Su propia felicidad, el alborozo pueril de aquella diablura, le movió a decirle al poste:
—¿No quiere usted cantar con nosotros?
El poste no contestó.
—Seguramente —insistió el pino, inclinando su copa en una cortesía— su voz es delicada y armoniosa, y a todos nos agradará que se una a las nuestras.
El poste silbó malhumorado.
—¿Y a qué viene eso? ¿Qué cantan ustedes?
—Imitamos a un tren remoto.
—¿Y para qué? ¿Son ustedes el tren?
—No —reconoció el pino, avergonzado.
—Entonces, ¿qué pretenden con esa mistificación? Ya que usted me interpela, le diré que no encuentro seria su conducta.
—¿Quizá le agrada más la canción de la lluvia?
—No.
—¿Acaso la canción del mar?
—Ninguna de ellas. Éste es un bosque sin formalidad. ¿Quién podría creer que árboles tan talludos pasasen el tiempo cantando como ranas? Yo no canto nunca, susurro apenas. Si ustedes acercasen a mí sus oídos, escucharían el murmullo de una conversación, porque a través de mí pasan las conversaciones de los hombres. Eso sí que es maravilloso. Sepan que vivo consagrado a la ciencia y que yo mismo soy ciencia y que todo lo que ustedes hacen a mi alrededor lo reputo como bagatela y sensiblería, si alguna vez me digno abandonar mis abstracciones y reparar en ello.
La opinión del poste pronto fue conocida en toda la fraga y ya no se atrevieron a entregarse a aquel entretenimiento que el árbol extraño y solemne, de ramas de alambre, acusaba de frivolidad. Llegó el verano y los pájaros se hicieron entre la fronda tan numerosos como las mismas hojas. El eucalipto, que era más alto que el pino y que los más viejos árboles, daba albergue a una pareja de cuervos y estaba orgulloso de haber sido elegido, porque esas aves buscan siempre los cúlmenes muy elevados y de acceso difícil. Un día en que su esencia se evaporaba al fuerte sol con tanta abundancia que todo el bosque olía a eucalipto, se decidió a conversar con el poste y le dijo:
—He notado que no adoptó usted ningún nido, Señor. Quizá porque no conoce aún a los pájaros que aquí viven y no ha hecho su elección. Me gustaría orientarla, pues supongo que usted sostendría un nido con agrado. Nos convierten en algo así como un regazo maternal. Yo alojo a unos cuervos. No molestan, pero confieso que son poco decorativos. Quisiera recomendarle a usted las oropéndolas. Ya habrá visto que hay oropéndolas en Cecebre. Pues bien, cuelgan sus nidos con tanta belleza y originalidad que no desmerecerían de las que a usted le ennoblecen. El poste crujió:
—¿Para qué quiero yo sostener nidos de pájaros y soportar sus arrullos y aguantar su prole? ¿Me ha tomado usted por una nodriza? ¿Cree que soy capaz de alcahuetear amoríos? Puesto que usted me habla de ello, le diré que repruebo esa debilidad que induce a los árboles de este bosque a servir de hospederos a tantas avecillas inútiles que no alcanzan más que a gorjear. Sepa de una vez para siempre que no se atreverán a faltarme al respeto amasando sobre mí briznas de barro. Los pájaros que yo soporto son de vidrio o de porcelana, y no les hace falta plumaje de colorines, ni lanzarán un trino por nada del mundo. ¿Cómo podría yo servir a la civilización y al progreso si perdiese el tiempo con la cría de pájaros? Estas palabras circularon en seguida por la fraga, y los árboles hicieron lo posible para desprenderse de los nidos y para ahogar entre sus hojas el charloteo de los huéspedes alados que iban a posarse en las ramas.
Sobre el tronco del pino resbalaron una vez diáfanas gotas de resina que quedaron allí, inmovilizadas, como una larga sarta de brillantes. De ellas arrancaban el sol destellos de los siete colores, y el pino estaba satisfecho de ser —tan esbelto, tan oloroso y tan enjoyado— una maravilla viviente.
—¿Se ha fijado usted en mis collares? —se atrevió a preguntar al vecino.
—Sí —aprobó esta vez el poste—; claro que usted llama collares a lo que no son más que gotas de resina. Pero la resina es buena: es aisladora (el pino ignoraba de qué), y es más digno producirla que dedicarse a dar castañas, como ese árbol gordo que está detrás de usted. Cierto es que, por muchos esfuerzos que usted haga, no conseguirá crear un aislador tan bueno como los míos, pero algo es algo. Le aconsejo que se deje dar unos cortes en el tronco, a un metro del suelo, y así segregará más resina.
—¿No será muy debilitante? —temió, estremeciéndose el pino.
—Naturalmente, debilita mucho, pero resulta más serio. No crea usted que eso se opone a hacer una buena carrera.
—¡Ah! —exclamó el árbol, que seguía sin entender.
—Hasta le favorece, si se me apura. Conocí varios pinos que fueron sangrados abundantemente, que trabajaron desde su edad adulta para la Resinera Española. Y ahí los tiene usted, ahora con muy buenos puestos en la línea telegráfica del Norte, dedicados también a la ciencia.
Aquel año los vendavales de invierno fueron prolongados y duros. Durante varios días seguidos los árboles no conocieron el reposo. Incesantemente encorvados, cabeceando y retorciéndose, llenaban el bosque del ruido siniestro de sus crujidos y del batir de sus ramas. Les era imposible descansar de tan violento ejercicio y sus hojas secas, arrebatadas por el huracán, parecían llevar demandas de socorro. Temblaban desde las raíces hasta las más débiles ramas, y el viento no se compadecía. A la tercera noche, un cedro no pudo más y se desplomó roto. Las ramas de algunos compañeros próximos intentaron sostenerlo, pero estaban cansadas también y se quebraron y dejaron resbalar hasta el suelo al bello gigante, con un golpe que resonó más allá de la fraga. Todo fue duelo. El hueco que deja en un bosque un árbol añoso es tan entristecedor y tan visible como el que deja un muerto en su hogar. Únicamente el poste pareció alegrarse.
—Al fin se decidió a cumplir su destino —declaró—. Ahora podrán hacerse de él muy hermosas puertas, que es para lo que había nacido; no para esconder gorriones y para tararear tonterías. Y ustedes aprendan de él. ¿Qué hace ahí ese nogal? Otros muchos más jóvenes he tratado yo cuando se estaban convirtiendo en mesas de comedor y en tresillos para gabinete. ¿Y aquel castaño gordo, tan pomposo y tan inútil? ¿A qué espera para dar de sí varios aparadores? ¡Pues me parece a mí que ya es tiempo de que tenga juicio y piense en trabajar gravemente! ¡Vaya una fraga ésta! ¡No hay quien la resista! Si yo no estuviese absorto en mis labores técnicas, no podría vivir aquí.
Los pareceres de aquel vecino tan raro y solemne influyeron profundamente en los árboles. Las mimbreras se jactaban de tener parentesco con él porque sus finas y rectas varillas semejábanse algo a los alambres; el castaño dejó secar sus hojas porque se avergonzaba de ser tan frondoso; distintos árboles consintieron en morir para comenzar a ser serios y útiles, y todo el bosque, grave y entristecido, parecía enfermo, hasta el punto de que los pájaros no lo preferían ya como morada.
Pasado cierto tiempo, volvieron al lugar unos hombres muy semejantes a los que habían traído el poste; lo examinaron, lo golpearon con unas herramientas, comprobando, la fofez de madera carcomida por larvas de insectos, y lo derribaron. Tan minado estaba, que al caer se rompió. El bosque hallábase conmovido por aquel tremendo acontecimiento. La curiosidad era tan intensa que la savia corría con mayor prisa. Quizá ahora pudieran conocer, por los dibujos del leño, la especie a que pertenecía aquel ser respetable, austero y caviloso.
—¡Mira e infórmanos! —rogaron los árboles al pino.
Y el pino miró.
—¿Qué tenía dentro?
Y el pino dijo:
—Polilla.
—¿Qué más?
Y el pino miró de nuevo.
—Polvo.
—¿Qué más?
Y el pino anunció, dejando de mirar:
—Muerte. Ya estaba muerto. Siempre estuvo muerto.
Aquel día el bosque, decepcionado, calló. Al siguiente entonó la alegre canción en que imita a la presa del molino. Los pájaros volvieron. Ningún árbol tornó a pensar en convertirse en sillas y en trincheros. La fraga recuperó de golpe su alma ingenua, en la que toda la ciencia consiste en saber que de cuanto se puede ver, hacer o pensar, sobre la tierra, lo más prodigioso, lo más profundo, lo más grave es esto: vivir.


"El Bosque Animado" .Wenceslao Fernández Flórez

Soy un hombre serio...


Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: “¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!”, lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!.

"El Principito". Antoine de Saint-Exupery

Nadar contracorriente



Todos necesitamos ser aceptados; pero deben pensar que sus convicciones son únicas, les pertenecen, aunque a otros puedan parecerles raras o inaceptables. Aunque toda la manada diga: No está bien...

What if...?



¿Y qué si...

Aquí te sientas, en tu silla de respaldo alto
Me pregunto cómo es la vista desde ahí
No podría saberlo porque me gusta sentarme
en el suelo, sí en el suelo
Si quieres podríamos jugar un juego
Simulemos que somos iguales
Pero vas a tener que mirar mucho más cerca
de lo que lo haces, más cerca de lo que lo haces
Y estoy demasiado cansada para quedarme aqui más tiempo
Y de todas formas no me importa lo que piensas
porque creo que estabas equivocado sobre mí
Sí,¿ y qué si lo estabas, y qué si lo estabas?
¿Y qué si soy una tormenta de nieve quemándose?
¿Y qué si soy un mundo que no gira?
¿Y qué si soy un océano, demasiado bajo, demasiado profundo?
¿Y qué si soy el demonio más amable?
Algo en lo que tal vez no creas
¿Y qué si soy una sirena cantando para que los caballeros se duerman?

Sé que tienes que entenderlo
Dime todo lo que soy
Y quizás aprenda cien o doscientas
cosas acerca de tí, tal vez acerca de tí
Soy el final de tu telescopio
No cambio sólo para acomodarme a tu vista
porque estoy atada por una cuerda desgastada
Alrededor de mis manos, atada alrededor de mis manos
Y cierras los ojos cuando digo que me estoy liberando
Y pones tus manos sobre tus oídos
Porque no estás preparado para creer que yo no soy
la chica perfecta que pensabas
Bueno, ¿qué tengo que perder?
¿Y qué si soy un sauce llorón riendo lágrimas sobre mi almohada?
¿Y qué si soy una persona sociable que quiere estar sola?
¿Y qué si soy un leopardo sin dientes?
¿Y qué si soy un pastor sin ovejas?
¿Y qué si soy un ángel sin alas para llevarme a casa?

No me conoces
Nunca lo harás, nunca lo harás
Estoy fuera del marco de tu foto
Y el cristal se está rompiendo ahora
No puedes verme
Nunca lo harás, nunca lo harás
Si nunca vas a ver...
¿Y qué si soy un desierto lleno de gente?
Demasiado dolor con poco placer
¿Y qué si soy el lugar más bonito al que nunca quieres ir?
¿Y qué si no sé quién soy?
¿Nos mantendrá eso a ambos intentando
descubrirlo? Si lo haces,
por favor házmelo saber
¿Y qué si soy una tormenta de nieve quemándose?
¿Y qué si soy un mundo que no gira?
¿Y qué si soy un océano, demasiado bajo, demasiado profundo?
¿Y qué si soy el demonio más amable?
Algo en lo que tal vez no creas
¿Y qué si soy una sirena cantando para que los caballeros se duerman?
Duerman...
Duerman...

El pescador ocioso


Un hombre rico y emprendedor se horrorizó cuando vio a un pescador tranquilamente recostado junto a su barca contemplando el mar y fumando apaciblemente su pipa después de haber vendido el pescado.
- ¿Por qué no has salido a pescar? -le preguntó el hombre emprendedor
- Porque ya he pescado bastante por hoy -respondió el apacible pescador.
- ¿Por qué no pescas más de lo que necesitas? -insistió el industrial.
- ¿Y qué iba a hacer con ellos? -preguntó a su vez el pescador.
- Ganarías más dinero -fue la respuesta- y podrías poner un motor nuevo y más potente a tu barca. Y podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nailon, con las que sacarías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... Y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico y poderoso como yo.
- ¿Y qué haría entonces? -preguntó de nuevo el pescador.
- Podrías sentarte y disfrutar de la vida -respondió el hombre emprendedor.
- ¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento? -respondió sonriendo el apacible pescador.

Cuántas vidas desperdiciadas buscando lograr una felicidad que ya tenemos...

El Poeta




Esta historia pertenece al blog de Dante: Crónicas Onirikas. Él es su autor. La razón de por qué lo pongo aquí, es porque me dedicó esta historia, cosa que le vuelvo a agradecer desde aquí. Así que, esperando que vuelva a vislumbrar alguna flor a través de la ventana de Onirika, deseando que vuelva a escribir, os dejo con un pedazo de su arte:

EL POETA

Dickens corrió las cortinas de su habitación para que nadie le viese escribir. Desde que habian prohibido la poesia en Ciudad Marchita se habia encerrado en su casa. Allí, en su intimidad, escribía sus poemas al amparo de un candil,donde nadie pudiese delatarle.
Todos aquellos versos estaban escritos con la mente puesta en ella, su amada Victoria.

Pero en Ciudad Marchita estaba prohibido amar, así que aquellos poemas que escribía estaban impresos en su piel y en su memoria,su carne ya maltrecha había sangrado tanto que apenas sentía ya dolor cuando la cuchilla surcaba su geografía formando letras y símbolos que sólo el podía descifrar. Su cuerpo se había convertido ya en un mapa sin fronteras donde todos los países se llamaban igual,amor inmortal. Dickens era una cicatriz que sólo sus harapos ocultaban las pocas veces que salía a la calle,aquellas veces que se mezclaba entre la gente gris de Ciudad Marchita.

Dickens era un mounstruo,alguien que no tenía cabida en aquella tierra.

Aquella noche se había citado con Victoria,se verían mas allá de las fronteras de Onirika,en un lugar remoto al que llamaban "El Jardin de las Estatuas de Sal". Allí nadie podria verles y Victoria podría leer su cuerpo desnudo a la luz de la luna y el podría recitarle aquellos símbolos que le adornaban.

Bajo la luz crepuscular, Dickens abandonó su casa,vigilando que nadie le siguiera,con total sigilo,jamás había estado allí,nunca habia salido de Ciudad Marchita, pero estaba dispuesto a todo por ver a Victoria, aunque tuviese que atravesar un páramo,un lago y un bosque seco.

Y así lo hizo.

y allí estaba ella,tan pálida...tan hermosa...bajo el resplandor ondeante de las dos antorchas que eternamente flanqueaban las rejas del jardín de las Estatuas de Sal,como una visión divina.

Dentro del jardín desataron su pasión en silencio. Él le recitó sus versos y ella leyó sus cicatrices.

"Nunca imaginé que el cielo estaba justo entre tus brazos"

Y ella le abrazaba...

"Que el invierno moriría con un roce de tus labios"

Y ella le besaba...

Entre estrofa y estrofa hicieron el amor bajo las estrellas,en una cama de hierba fresca que olía al rocío de la noche, sólo vestidos por el resplandor de la luna llena que se reflejaba en sus cuerpos temblorosos como un plácido mar de luces de hada.

"Sólo pido un lugar en tu mundo".

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Faltaba poco para el amanecer,casi había llegado el momento de separarse antes de que el sol apareciera tras las montañas y pudiesen ser descubiertos. Caminaron por el Jardín de las Estatuas de Sal cogidos de la mano para devorar juntos los últimos minutos de aquella mágica noche y llegaron a una fuente de marfil,una fuente seca,abandonada y cubierta de hiedras. Junto a ella había un estatua de sal.

"Este es Dante"-le dijo Victoria tocando la mano de la estatua-mi abuelo me contó su historia,¿la conoces?
"Jamas oí hablar de él"
"Hablar de Dante está prohibido en Ciudad Marchita,quizá sólo sea una leyenda,un cuento para niños, pero mi abuelo me dijó que llegó a verlo hace ya muchos años"
"Cuéntame la historia"
"Dicen que desde aquí mira a una estrella,aquella estrella de allí,la estrella muerta. Mi buelo,Stoker, me contó que hace muchos años...."

Y así, Victoria le relató a su amado la antigua leyenda de Dante,una bonita historia de amor y arte que jamas pudo ocurrir en la tierra gris. Después ambos se separaron después de un cálido beso, sin percatarse de que habian sido observados por el virus gris,una enfermedad que llena de celos e ira. Había decidido que aquel iba a ser el último beso que jamás nadie pudiese dar en Onirika. Se lo juró a sí mismo mientras convertido en cuervo se alejaba graznando improperios contra los dos amantes.

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Dickens durmió durante todo el día. Soñó con el jardin de las estatuas y con la leyenda de Dante,soñó con Byron,Shelly,Verne y Poe,soñó que la estatua le hablaba y le señalaba a otra estrella,soñó que le decía:"despierta Dickens,tu estrella se muere,despierta".

Y Dickens despertó empapado en sudor. Ya casi había anochecido de nuevo y los últimos residuos del día entreban tímidos a través de su ventana. Los últimos rayos de luz que apenas iluminaban su habitación...no,no era la luz del atardecer,era muy tarde ya,aquella luz venía de otro sitio.

Descorrió las cortinas y miró su jardín. En él, cientos de personas grises portando candiles rodeaban su morada silenciosamente. Venían a por él,a por el monstruo del cuerpo lleno de cicatrices.

Y entre ellos estaba Victoria.

"Este es ahora mi mundo"

Victoria era gris,tan gris como los demás. Un grupo de personas grises susurraban palabras grises a sus oidos y con cada palabra gris ella más gris se volvía. La habían capturado.

Un niño gris salió de entre la multitud y le dijo:

"Dickens,has incumplido las leyes,se te acusa de haber amado sin pedir nada a cambio,se te acusa de haber escrito poemas de amor,se te acusa de hablar de cosas prohibidas,se te acusa de soñar,se te acusa de suspirar,se te acusa......."

Los grises personajes habían llegado ya hasta su casa y golpeaban incesantemente la puerta con la intención de capturarlo. El virus gris era fuerte en ellos y se colaba el hedor a desidia que emanaban.

Dickens colocó un aparador de caoba en la puerta a sabiendas de que aquella medida de contención sería insuficiente para frenarlos. Miró a través de su ventana y vio por última vez a su amada,con la mirada perdida,el rostro complaciente y exenta de sentimientos. Después, con lágrimas en los ojos, se sentó en su escritorio y abrió el pequeño cajón donde guardaba su particular utensilio de escritura. La cuchilla resplandeció fulgurante y Dickens escribió su último poema. Lo escribió tan profundo que los versos brotaron de sus venas como cálidos ríos.

La puerta de sus casa cedió por fin al empuje de los hombres grises y allí lo encontraron,en un charco de sangre ,inerte, pálido, con una herida abierta en su brazo en forma de letras.

"Sin ti no hay mundo".


Si queréis conocer qué es el Jardín de las Estatuas de Sal, y quiénes son Dante, Verne, Shelly, Byron, Poe... Lo podéis ver en su blog de Myspace: www.myspace.com/deliriun

Oscar Wilde




Un genio, que supo expresar como nadie en pocas palabras ideas, pensamientos y reflexiones sobre la vida, el arte y la sociedad que aún en nuestros días son aplicables:


- "Concentrarse en los instantes de la vida, que no es en sí misma más que un instante".

- "Los libros que el mundo llama inmorales son libros que muestran al mundo su propia infamia".

- "Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo."

- "No quiero estar a merced de mis emociones. Quiero usarlas, disfrutarlas, dominarlas."

- "Definir es limitar".

- "Perdona siempre a tu enemigo. No hay nada que le enfurezca más."

- "Ser natural es la más difícil de las poses."

- "El motivo de que nos guste pensar bien de los demás es que tenemos miedo de nosotros mismos".

- "En cuanto a los presagios, no existen. El destino no nos envía heraldos. Es demasiado prudente o cruel para ello".

- "Hoy en día, la gente sabe el precio de todo pero no conoce el valor de nada".

- "La incertidumbre es lo que nos cautiva. La bruma hace que las cosas sean maravillosas".

- "Todos tenemos dentro el cielo y el infierno".

- "A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante."

- "Dad una máscara al hombre y os dirá la verdad."

- "El arte de la música es el que más cercano se halla de las lágrimas y los recuerdos."

- "El cinismo consiste en ver las cosas como realmente son, y no como se quiere que sean."

- "El hombre puede creer en lo imposible, pero no creerá nunca en lo improbable."

- "El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices."

- "Es muy difícil no ser injusto con lo que uno ama."

- "La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella."