En la madriguera



«¡Vamos! ¡De nada sirve llorar de esta manera!», se dijo Alicia a sí misma, con bastante firmeza. «¡Te aconsejo que dejes de llorar ahora mismo!». Alicia se daba por lo general muy buenos consejos a sí misma (aunque rara vez los seguía), y algunas veces se reñía con tanta dureza que se le saltaban las lágrimas. Se acordaba incluso de haber intentado una vez tirarse de las orejas por haberse hecho trampas en un partido de cróquet que jugaba consigo misma, pues a esta curiosa criatura le gustaba mucho comportarse como si fuera dos personas a la vez. «¡Pero de nada me serviría ahora comportarme como si fuera dos personas!», pensó la pobre Alicia. «¡Cuando ya se me hace bastante difícil ser una sola persona como Dios manda!»


Lewis Carroll

Los formales y el frío




Quién iba a prever que el amor ese informal

se dedicara a ellos tan formales.


Mientras almorzaban por primera vez,

ella muy lenta y él no tanto

y hablaban con sospechosa objetividad

de grandes temas en dos volúmenes

su sonrisa - la de ella-

era como un augurio o una fábula

su mirada - la de él- tomaba nota

de cómo eran sus ojos - los de ella-

pero sus palabras - las de él-

no se enteraban de esa dulce encuesta.


Como siempre o casi siempre

la política condujo a la cultura

así que por la noche concurrieron al teatro

sin tocarse una uña o un ojal

ni siquiera una hebilla o una manga

y como a la salida hacía bastante frío

y ella no tenía medias

sólo sandalias por las que asomaban

unos dedos muy blancos e indefensos

fue preciso meterse en un boliche.


Y ya que el mozo demoraba tanto

ellos optaron por la confidencia

extra seca y sin hielo por favor.


Cuando llegaron a su casa - la de ella-

ya el frío estaba en sus labios - los de él-

de modo que ella fábula y augurio

le dio refugio y café instantáneos.


Una hora apenas de biografía y nostalgias

hasta que al fin sobrevino un silencio

como se sabe en estos casos es bravo

decir algo que realmente no sobre.


Él probó: sólo falta que me quede a dormir

y ella probó : ¿ por qué no te quedas?

y él : no me lo digas dos veces

y ella: bueno ¿por qué no te quedas?


De manera que él se quedó, en principio

a besar sin usura sus pies fríos - los de ella-

después ella besó sus labios - los de él-

que a esa altura ya no estaban tan fríos

y sucesivamente así

mientras los grandes temas

dormían el sueño que ellos no durmieron.


Mario Benedetti